Hoy deseo hacerle un homenaje a esta ciudad, capital del mundo, que está sufriendo los horrores del huracán Sandy.
Es una de esas ciudades que ejercen una tremenda fascinación y a la que todos deseamos ir algún día.
Yo, afortunadamente, ya pude probar mi trozo de esa 'big apple', y por ello doy gracias a quienes hicieron posible que yo pudiera visitar una de las más fascinantes ciudades del universo.
Fascinación que desde pequeño tuve, como tantos otros, y que no he sabido explicarme el por qué hasta hace unos días.
Escuchaba en el programa 'La ventana' de la cadena SER, a Carlos Boyero, una de las personas que más saben de cine, con toda probabilidad.
Le decía, no recuerdo a quién, a propósito del encanto de Nueva York: 'es que huele a cine'.
Esa era la clave. Huele a cine. Huele a la cantidad de films que hemos visto a lo largo de nuestras vidas y que tuvieron como escenario esta mágica ciudad, y por eso todo el mundo quiere visitarla, para comprobar si es verdad todo lo que habíamos visto en el celuloide.
Debe de ser la única ciudad del mundo donde no te importa si no visitas museos.
La ciudad entera es un museo.
De hecho, durante los dos meses que allí permanecí, aparte de una sinagoga - nunca había visto una sinagoga tan grande en mi vida -, la catedral de San Patricio y el Museo de Arte Contemporáneo, el MOMA, comer en China Town y darle la vuelta a la estatua de la Libertad en barco, en lo que más ocupé el tiempo fue en patearme la ciudad contemplando todo lo que veía a mi alrededor.
Por supuesto, el máximo de la felicidad fue el día que me paré en un puestecito de hot dogs y me comí uno mientras miraba con boca de alelado hacia la altura y contemplaba los rascacielos circundantes.
Sólo desear a esta ciudad sufriente pero aún así llena de vida -. ya sufrió bastante hace años con el atentado a las Twin Towers - que se recupere pronto de los estragos del Sandy.
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