viernes, octubre 05, 2012

Pocos pueblos españoles no tienen ermita.

                                              Las ermitas de la sierra de Córdoba. 
  
  Se han celebrado estos días unas jornadas poéticas - Cosmopoesía - en la ciudad andaluza de Córdoba.
  
  Y allí se ha reunido un puñado de poetas que, durante unos días, han hablado de poesía, han desarrollado talleres de poesía y han recitado poesía.
  
  Para quien haya nacido en Córdoba o viva en esta ciudad milenaria, una excursión normal es a las ermitas de la sierra, a pocos kilómetros de la ciudad.
  
  Hace años vivían allí ermitaños.
  
  Con el cambio de los tiempos, desaparecieron y se hizo cargo de aquello una orden religiosa.
  
  Se conservan algunas tradiciones antiguas como la del plato de habas a quienes acuden en busca de alimento por necesidad.
  
  Recuerdo de niño, haber ido de excursión con el Colegio Salesiano.
  
  Antes, el profesor nos hizo aprender un poema que un espíritu abierto, poeta y rapsoda, nacido en la ciudad califal, Antonio Fernández Grilo, había compuesto inspirado por aquellas casitas blancas de la sierra cordobesa.
  
  Paseando un día por Madrid me topé con una calle que la ciudad que acoge a todos los que vienen de fuera como propios, le había dedicado al poeta andaluz.
  
  Me entró curiosidad y leí algo de su vida.
  
  Así me enteré que, después de haber triunfado en su Córdoba natal, se trasladó a Madrid, donde ingresó en la Academia de la Lengua.
  
  Y tuvo la suerte de ser querido y apreciado no sólo por escritores de su tiempo - Emilio Castelar y José Zorrilla le tenían por uno de los mejores poetas de la época - sino por el mismo rey Alfonso XII, quien le nombró 'poeta real', y por la reina Isabel II que le costeó la edición que de su libro 'Ideales' se imprimió en París.

  No me resigno a escribir el poema.
                                            
                                                Las ermitas de la sierra de Córdoba
  Hay en mi alegre sierra
sobre las lomas,
unas casitas blancas
como palomas.
  Le dan dulces esencias
los limoneros,
los verdes naranjales
y los romeros.
  Allá, junto a las nubes,
la alondra trina,
allí tiende sus brazos
la cruz divina.
  La vista arrebatada
vuela en su anhelo
del llano a las ermitas, 
de ellos al cielo.
  Allí olvidan las almas 
sus desengaños, 
allí cantan y rezan 
los ermitaños.
  El agua que allí se oculta
se precipita.
Dicen los cordobeses
que está bendita.
  Prestan a aquellos nidos
los querubes,
guirnaldas, las estrellas,
manto, las nubes.
  ¡Muy alta está la cumbre,
la cruz, muy alta!
¡Para llegar al cielo
cuán poco falta!

  
  
  
  
  

1 comentario:

Riselo dijo...

Experiencias infantiles afloran con el tiempo. Por eso hoy he revivido mi primera visita a las ermitas de mi ciudad. Luego ha vuelto alguna que otra vez