Lo cierto es que yo estoy harto de preguntarle a todo aquel que piensa en lo bien que se han montado la vida tanto los políticos como los eclesiásticos:
- "Tú, ¿por qué no te metes en el seminario o te apuntas a un partido político y vas medrando y subiendo de categoría en el mismo?"
Y la respuesta es siempre la misma:
- "¿Yo? Yo, no, ¡qué va!".
Es decir, que no abrazan el sacerdocio o la política ni con una pistola apuntándoles al pecho.
Entonces, a qué viene tanto lamento.
Es que ni siquiera votan muchos de estos que protestan o se quejan.
Entonces de qué sirve lamentarse.
Porque los políticos - vamos a dejar al clero aparte, que eso es otro asunto - no están ahí puestos por golpes de suerte u otros golpes.
Sí lo están, es porque los hemos votado los ciudadanos.
Tampoco me vale lo de 'todos los políticos son iguales' porque es una frase tan tonta, simple y gratuita que no posee validez alguna, al menos para mi.
Tenemos los políticos que nos merecemos.
Porque la de veces que se repite el mismo esquema: alcalde corrupto, votado de nuevo.
Se produce un levantamiento popular de indignación al conocerse la corrupción del responsable de la alcaldía. Hay juicio. Incluso condena.
Llega de nuevo el día de las votaciones municipales.
¿Y a quien vuelve a votar de nuevo el pueblo indignado y escandalizado?
Al mismo alcalde.
Esto no me lo estoy inventando.
Esto no es un chascarrillo.
1 comentario:
Antes de enjuiciar hay que estar muy seguro de saber acerca del objeto de nuestro juicio.
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